El Forjista

24 de marzo

24 de Marzo 2006

Este 24 de marzo se cumplirán treinta años del momento en que los argentinos nos hundimos en la peor pesadilla, y no es que nos hayan faltado momentos aciagos, pero aquella dictadura, ha sido la más mortífera y destructiva de la historia.

Junto al 6 de septiembre de 1930, el 16 de septiembre de 1955, el 24 de marzo de 1976 permanecerá en la memoria colectiva como el inicio de uno de los períodos más obscuros en que el ataque a los derechos humanos llegó a niveles muy difíciles de igualar.

Al producirse el golpe militar, no pocos sectores políticos, sindicales, y por supuesto, la mayoría de los empresarios, recibieron con algarabía la asunción de aquella nefasta Junta Militar liderada por el general Jorge Rafael Videla.

Algunos sectores políticos y sindicales colaboraron con la dictadura, y muchos empresarios realizaron excelentes negocios. Américo Ghioldi, quién había sido activo golpista en 1955, fue designado embajador, era dirigente del Partido Socialista Democrático, que nada tenía de socialista y menos de democrático, mientras tanto, otro socialista, Alfredo Bravo era torturado en las prisiones de la Tiranía. El Partido Comunista mantuvo una posición conformista y pasiva para no enturbiar los buenos negocios de la dictadura con la Unión Soviética, casi todos los partidos denominados provinciales, altualmente identificados con el centro-derecha, prestaron sus hombres para ser funcionarios de ese gobierno.

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A partir de ese momento se sucedieron las mayores aberraciones, la tortura se convirtió en sistema, el asesinato y la desaparición de militantes políticos y sindicales una costumbre que los militares argentinos aplicaron sin remordimientos. Surgieron campos de concentración ubicados por todo el país custodiados por las distintas fuerzas armadas y de seguridad.

Encarcelamientos masivos y el exilio de muchos otros compatriotas completó un panorama político y social que mostró que el terrorismo también podía provenir desde el Estado.

Pero esta dictadura afectó a todas las actividades, perjudicando a la inmensa mayoría de los argentinos, y beneficiando con exclusividad, a un puñado de grupos económicos, los cuales, al cabo de siete años, quedaron como dueños del país.

Mientras los militares utilizaban la armas para secuestrar, asesinar y hacer desaparecer a militantes, sacerdotes y monjas comprometidos con los humildes, o sindicalistas; la oligarquía se hacía cargo de la economía comenzando un período de entrega del patrimonio y sometimiento a los organismos internacionales dominados por los Estados Unidos. Mientras los militares nos aseguraban que todo los hacían por la patria, Martinez de Hoz el representante de las finanzas internacionales y de la oligarquía argentina, la entregaba descaradamente.

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Esta política económica que aniquiló la industria nacional, fomentando la especulación financiera, conformando la tristemente famosa Patria Financiera. Trabajar e invertir era mal negocio, lo único redituable era la “timba” financiera.

El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional incrementó exponencialmente la deuda externa, mecanismo histórico por el cuál las grandes potencias se aseguraban el sometimiento perpetuo de los países coloniales y semicoloniales.

La cultura y la educación sufrieron también un proceso de destrucción, miles de científicos, artistas y profesionales debieron emigrar, muchos otros perdieron la vida en los campos de concentración. Pensar era una actividad de sumo peligro y mucho más aún, difundir ideas. La censura prohibió libros y músicos, las radios pasaban mayoritariamente música en otros idiomas, porque una gran cantidad de autores nacionales estaba prohibidos.

Cuando la cosa se les empezó a complicar, los militares buscaron efectuar acciones distractivas con el único fin de mantenerse en el poder, a mediados de 1978 fue el Mundial de Fútbol, y hacia fines del mismo año, estuvieron a punto de embarcarnos en una guerra fraticida contra Chile, para lo que contaron con la también necesitada sangrienta dictadura pinochetista. La intervención papal y su enviado el cardenal Samoré nos evitó esa guerra, pero nadie pudo evitar la guerra de Malvinas llevada a cabo por la tercera Junta Militar liderada por el general Galtieri.

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Pero si de algo sirve recordar aquella trágica fecha, es para evaluar si aún existen en nuestro país, rastros de aquella dictadura o si por el contrario la democracia pudo barrer con todos los vestigios del terror.

Lamentablemente debemos señalar que aún pesa sobre el país la calamitosa herencia dejada por los dictadores y sus cómplices.

Ninguno de aquellos usurpadores del poder mostraron arrepentimiento con respecto a las matanzas, secuestros y desapariciones, es más, muchos de ellos han reiterado que lo volverían a hacer. Hace unos días el ex general Luciano Benjamín Menéndez, que conformaba el sector más extremista de la dictadura, desconoció la justicia de la democracia sosteniendo que sólo declararía ante jueces militares.

La Deuda Externa con su secuela de hambre y empobrecimiento generalizado, aún pesa sobre el erario público y sobre el bolsillo de los argentinos.

Muchos representantes de la dictadura trataron de mimetizarse en la democracia para sostener ideas autoritarias y evitar una efectiva democratización, además intentaron asumir la defensa corporativa para que los dictadores alcanzaran la impunidad. Pero lo que más preocupa es que haya votantes dispuestos a apoyar proyectos como los que representan: Bussi, Patti o Rico. Los partidos provinciales también tienen en sus filas a colaboradores de la dictadura.

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También existen empresarios periodísticos que defendieron las posturas autoritarias de aquél gobierno y que hoy tratan de mostrarse como jueces de la democracia, tales los casos de Hadad, Grondona, Julio Ramos o Chiche Gelblung, excluimos a Neustad, que está en un retiro efectivo y cuyas últimas reflexiones sólo merecen la atención de los programas cómicos.

Otro elemento peligroso para nuestra democracia es el alejamiento de los ciudadanos de la política, para eso jugó un papel importante la liquidación de un generación por parte de la dictadura, pero también la lamentable actuación de los políticos durante la democracia. Si las mayorías no se preocupan por participar en la vida política del país, los cargos quedarán para los políticos profesionales, los empresarios y los oportunistas, a los que deberemos soportar como gobernantes.

Otra secuela terrible de la dictadura es el maltrato de los combatientes de Malvinas, ocultados y silenciados, por militares y políticos, actualmente siguen produciéndose suicidios por la falta de atención y comprensión, la alarmante cifra ha superado a los muertos en la guerra.

Ciertos sectores, especialmente los más acomodados y algunos vinculados a las fuerzas armadas y de seguridad aún mantienen actitudes e ideas autoritarias que deben ser señaladas y evitadas. La constante solicitud de represión, el gatillo fácil, la solicitud de censura, son algunas expresiones de esa mentalidad retrógrada.

El repudio a los dictadores y a sus colaboradores es una medida indispensable para reafirmar nuestra voluntad que América Latina no vuelva sufrir otra dictadura, pero por sobre todas la cosas debemos defender la profundización de la democracia en todos los planos, manteniendo en alta las banderas de justicia y libertad.