El Forjista

Biografía de Mariano Moreno

La Revolución según Mariano Moreno

Capítulo 18 - La expedición

La situación en las provincias interiores era por demás complicada, algunas no tardaron en apoyar la nueva realidad, designando a los diputados para el congreso, otras, tardaron en enviar su reconocimiento, mientras que también las hubo las que se declararon decididamente en contra de la Junta de Buenos Aires.

Tanto Maldonado como Colonia, que fueron las primeras en reconocer a la Junta, fueron ocupadas por los realistas de Montevideo. Tanto ésta, como Córdoba fueron notoriamente contrarias al cambio de gobierno; en tanto que Santa Fe, Misiones, Corrientes y Entre Ríos se declararon favorables a la Junta desde un principio.

Mientras Mendoza aceptó los acontecimientos producidos el 25 de mayo, San Juan se declaró contraria, en una reunión del Cabildo efectuada el 13 de julio. El Cabildo de La Rioja prefirió permanecer en silencio por un largo tiempo hasta que el 1° de septiembre dio el acuerdo a los cambios operados en la capital.

San Luis reconoció a la Junta el 13 de junio, Salta el 19 del mismo mes, aunque con una gran oposición, el 29 Santiago del Estero se expidió en igual sentido. En Catamarca se nombró a un realista como diputado para el Congreso llamado por Buenos Aires, en una abierta actitud de provocación, pero el 4 de septiembre dio marcha atrás en la decisión. Tucumán aceptó la decisión de Salta por ser dependiente de ésta, pero también con la resistencia de un grupo importante de ciudadanos. Jujuy no se expidió sobre la circular enviada por la Junta.

Las provincias del Alto Perú no se definieron hasta el triunfo armado de los patriotas, a excepción de Tarija y Cochabamba que lo hicieron a favor de la revolución.

Así fue como en todo el país se reunieron los Cabildos para declararse en uno u otro sentido. El acta que las provincias pusieron a consideración de sus habitantes, era la del 27 de mayo que iba acompañada con la copia de la nota de Cisneros por la cuál aceptaba su reemplazo lo que hacía más sencillo el reconocimiento.

Como señaló Puiggros, la aparente mayoría a favor de la Junta era ficticia pues la nota de la Junta explicaba, que ella se había constituido para defender los derechos de Fernando VII, y que tanto Cisneros como los oidores aceptaban de buen grado el cambio de situación, en algunos casos el reconocimiento se efectuó luego de transcurrido un tiempo prudencial para analizar los acontecimientos. Nosotros creemos que si bien existía una mayoría favorable al cambio de gobierno y a una búsqueda de mayor igualdad con respecto a las provincias españolas, los sucesos en los primeros tiempos revolucionarios colocaron a los patriotas en una situación muy débil, agravada por el estado de confusión que se vivía en el interior.

El acta de formación de la Junta, la obligaba a enviar una expedición a las provincias con el objetivo de expandir la revolución a todo el territorio del Virreinato. Se realizó en Buenos Aires una colecta que comenzó el mismo Moreno, para obtener los fondos necesarios para pertrechar al ejército libertador. Al poco tiempo estaban listos todos los detalles para poner en movimiento a los 1.150 hombres que se dirigieron a Córdoba.

El mando militar fue encargado a Francisco Ortiz de Ocampo con Antonio González Balcarce como segundo, el mando político se le otorgó a Vieytes como delegado de la Junta. El mando militar estaba sujeto al político y éste a la Junta y en especial a Moreno. Este fue el principal responsable de la organización de esta expedición en su condición de Secretario de Guerra. Dispuso que volvieran al servicio activo todos aquellos que fueron dados de baja luego del rechazo de las invasiones inglesas, medida adoptada por los gobernantes españoles para disminuir la influencia de los criollos en el ejército.

Entre las instrucciones que llevaban los jefes de la expedición estaban las de hacer cumplir el anhelo de soberanía popular en las provincias, así fue como se ordenó que se dejara actuar libremente a los pueblos para que eligieran a los diputados para el Congreso que iba a sesionar en Buenos Aires.

El 8 de julio, Moreno comunicaba a la expedición que debía apresar a quienes comandaban la conjura contra la revolución y remitirlos a la capital. Mensajes de similar tenor fueron enviados sucesivamente hasta que el 28 de julio al comprobarse la amplitud de la contrarrevolución, se ordenó que los jefes enemigos fueran ejecutados una vez capturados.

El ejército que encabezaba Liniers en Córdoba se fue disolviendo a medida que las tropas patriotas se aproximaban a la ciudad. El 31 de julio, los jefes conjurados huyeron hacia el Alto Perú, la expedición ocupó la ciudad destituyendo al Cabildo y nombrando gobernador a Juan Martín de Pueyrredon. Desde Buenos Aires se ordenó perseguir a los jefes y cumplir con la media de ajusticiarlos.

El 6 de agosto fue detenido Liniers y al otro día los demás jefes. Ortiz de Ocampo, presionado por distintos sectores, especialmente por el Deán Funes, para que no ejecutara a los hombres complotados con Liniers, optó por enviar a los detenidos a la Capital.

Esta decisión enfureció a Mariano Moreno que consideraba de sumo peligro tener a Liniers residiendo en Buenos Aires, pues contaba con partidarios en la ciudad. Moreno escribió a Chiclana el 17 de agosto: “No puede Ud. figurarse el compromiso en que nos han puesto, y si la fortuna no nos ayuda, veo vacilante nuestra fortuna por éste sólo hecho. ¿Con qué confianza encargaremos obras grandes a hombres que se asustan de su ejecución? ¿Qué seguridad tendrá la junta en unos hombres que llaman a examen sus órdenes, y suspenden la que no les acomode? Preferiría una derrota a la desobediencia de estos jefes ...”.

Sin dudar un momento, Moreno reemplazó al comité político, enviando otro, esta vez liderado por Castelli, morenista decidido, quién estaba acompañado por French y Rodríguez Peña, también partidarios del secretario de la Junta. Todos los integrantes del gobierno coincidieron con Moreno en la necesidad e ejecutar a los jefes del levantamiento de Córdoba, el incumplimiento de sus instrucciones los obligó a enviar a uno de sus componentes para que ejecutara sin dilaciones la ordenes impartidas.

Moreno le ordenó a Castelli, cumplimentar lo acordado y le indicó: ”Vaya V.M., y espero que no incurrirá en la misma debilidad que vuestro general; si todavía no se cumpliera la determinación tomada, irá el vocal Larrea, a quién pienso no faltará resolución, y por último, iré yo mismo si fuese necesario”.

Como se ve, Moreno no andaba con vueltas, particularmente en cuestiones a las que consideraba de vital importancia para el futuro de la revolución. Por los términos utilizados, el cumplimiento de la ejecución de los complotados era fundamental, según su punto de vista, no sólo para no dar muestras de debilidad ante el enemigo, sino porque sabía que los criollos debían actuar con igual dureza que los españoles, única manera de impedir que los indecisos se volcaran al bando enemigo.

De todas maneras, Moreno no era el único que pensaba de esa manera, gran parte de los revolucionarios coincidían con él, en especial muchos de ellos que eran decididos partidarios de actuar con mayor energía, en vistas a profundizar el proceso transformador.

Para esa época los barcos de Montevideo bloqueaban el puerto los que hacía imposible el destierro de los conjurados, pues caerían en manos españolas, y volverían a conspirar contra la Junta.

El comité político enviado a Córdoba, se encontró con la escolta de los prisioneros el 25 de agosto, al día siguiente se los fusiló, el obispo Orellana por su condición de religiosos no fue ejecutado, se lo envió a Lujan en calidad de detenido.

Los ejecutados fueron Liniers, Gutiérrez de la Concha, el teniente gobernador Rodríguez, el coronel Alende y el oficial Moreno. El decreto del 28 julio por el cual se los sentenciaba fue redactado por Mariano Moreno y firmado por toda la Junta, con excepción de Alberti por ser sacerdote.

El 9 de septiembre Moreno dio a conocer la noticia en La Gaceta. Comenzaba afirmando que los conspiradores era delincuentes cuya “existencia no nos ha sido posible conservar”. Como en cada escrito aprovechaba la situación para opinar sobre la situación política, mostrando su condición de propagandista de la revolución.

Se expresó marcando la diferencia de criterio con que los absolutistas observaban los hechos en España y en América: “Tan libres éstos como los pueblos de la Península debe creerse con iguales facultades que aquellos; y si pudieron formar juntas, y separar a sus magistrados las capitales de España, no puede negarse igual autoridad a las de América”.

Denunció los verdaderos fines de los que se levantaron en Córdoba: “Es necesario observar, que los jefes de Córdoba no nos reprochaban excesos, cuya reforma pudiera producir una conciliación; ellos miraban con horror todo desvío del antiguo sistema. Querían el exterminio de la Junta, por más justos que fuesen los fines de su instalación; y juraban la ruina de los pueblos, siempre que persistiesen en el empeño de sostener sus derechos, y buscar guías distintas que el ciego impulso de sus corrompidos mandones. Semejante empeño (que se manifiesta expresamente en sus correspondencias) condena la América a una perpetua esclavitud, y apelamos al juicio de almas nobles; para que gradúen el crimen de seis hombres, que han querido sofocar con fuerza armada los derechos más sagrados, y la felicidad más segura de los innumerables habitantes de este vasto continente”.

Más adelante pasaba a explicar los motivos de los fusilamientos: “A la presencia de estas poderosas consideraciones, exaltando el furor de la justicia, hemos decretado el sacrificio de estas víctimas a la salud de tantos millones de inocentes. Sólo el temor del suplicio puede servir de escarmiento a sus cómplices. Las recomendables cualidades, empleos y servicios, que no han debido autorizar sus malignos proyectos, tampoco han podido darles un título de impunidad, que haría a los otros más insolentes. El terror seguirá a los que se obstinen en sostener el plan acordado con estos, y acompañados siempre del horror de sus crímenes, y del pavor de que se poseen los criminales, abandonaran el temerario designio en que se complotaron”.

Moreno y la Junta apelaron a sus medidas de máximo rigor sólo en contadas oportunidades y con personas comprobadamente comprometidas con la contrarrevolución. Esto sirvió para que algunos autores hayan comparado los métodos de Moreno con los aplicados en la Revolución Francesa. Nosotros hemos sostenido que la particularidad principal de Moreno, como político y gobernante, fue la originalidad de sus planteos. Si mandó a fusilar con la anuencia del resto de la Junta se debió en primer término, a que los españoles a lo largo de su dominio aplicaron estos métodos y aún mucho más crueles, lo que podía volcar hacia el bando colonialista a muchos criollos y españoles que aún dudaban por temor a la represalia realista. Por otra parte, en un virtual estado de guerra con España, estas medidas eran de aplicación común por aquella época, donde el fusilamiento de los absolutistas debía servir para que los enemigos supieran que la Junta Hablaba y actuaba en serio.

Con respecto a la supuesta crueldad por parte de los hombres de la revolución, Nicolás Rodríguez Peña señaló años más tarde “Castelli no era feroz ni cruel. Castelli obraba así porque así estábamos comprometidos a obrar todos. Cualquiera otro debiéndole a la patria lo que nos habíamos comprometido a darle, habría obrado como él. Lo habíamos jurado todos y hombres de nuestro temple no podían echarse atrás. Repróchennos ustedes que no han pasado por las mismas necesidades ni han tenido que obrar en el mismo terreno: que fuimos crueles ¡Vaya cargo! Mientras tanto ahí tiene ustedes una patria que no estaba ya en el compromiso de serlo. La salvamos como creíamos que debíamos salvarla. ¿Había otros medios? Así sería, nosotros no los vimos ni creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos”.

Aquí está la explicación de los fusilamientos, lamentablemente se perdieron algunas vidas, muy pocas de acuerdo a la importancia de los acontecimientos, pero se ganó una patria. Así actuaron estos patriotas en los momentos más difíciles, como lo era el comienzo de un proceso revolucionario. El mérito de Moreno y sus seguidores, uno de los más destacados fue Castelli, consistió en crear las condiciones favorables para el triunfo final, la independencia nacional, cuya responsabilidad cayó en otros hombres de igual patriotismo que aquellos que dieron los primeros pasos en esa dirección.

En la memoria del secretario de la Junta y de sus compañeros estaban frescos los recuerdos de la represión del intento de 1809 en el Alto Perú, donde muchos amigos habían perdido la vida o sufrían en prisión. Y aún mas allá en el tiempo, la memoria colectiva tenía presente el descuartizamiento de Tupac Amarú, el formidable caudillo indígena que intentó poner fin a tanta opresión y esclavitud.

En este sentido Matheu afirmó: “... el compromiso o la sentencia que entre los miembros de la Junta se prestaron fue eliminar a todas las cabezas que se le opusieran, porque el secreto de ellas eran cortarles la cabeza si vencían o caían en manos y que si no lo hubieran hecho así ya estarían debajo de tierra...”.

El ejército libertador continuaba su marcha hacia el Alto Perú luego de establecer el nuevo orden en Córdoba, esta vez la expedición contaba con el mando militar de Balcarce, que reemplazó a Ocampo, y el mando político de Castelli quién cumplió las instrucciones que Moreno le enviaba desde la capital.

El 12 de septiembre Moreno le escribió a Castelli las indicaciones que debía seguir la expedición en el Alto Perú. En el artículo 6 le decía: “...en la primera victoria que logre dejará que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir el terror entre los enemigos”. Esta apelación al terror ha servido parea que determinados autores advirtieran parecidos a la Revolución Francesa. Ernesto Palacio, en cambio, respondió a estos con total justicia: “ La leyenda que hace de Moreno un exaltado jacobino es inexacta. Es innegable que era un imaginario y un nervioso, tipo de hombre que siempre asusta a los mediocres: pero estaba dotado de un exquisito equilibrio intelectual...”.

En el artículo 9 de las instrucciones le ordenaba iniciar negociaciones con Goyeneche y otros oficiales enemigos, pero sin confiarse de sus promesas, sino de las propias fuerzas: En el 12 mandaba arcabucear a Nieto, al gobernador Sanz, al obispo de la Paz y a Goyeneche, lo que debía realizarse ahí donde se los encontrara. En el artículo 13 mandaba que se remitan detenidos a Buenos Aires a otros españoles considerados peligrosos por su compromiso con la conspiración, en la lista figuraba el nombre de su maestro y protector de los años de estudiante en el Alto Perú, el cura Terrazas.

Así mismo las instrucciones indicaban la necesidad que la administración fuera puesta en manos de hombres de absoluta confianza, y solicitaba se enviaran emisarios a los indios para explicarles que la expedición marchaba en su auxilio.

A medida que la expedición se acercaba al Alto Perú, el ambiente en la provincia se convulsionaba aún más. En julio, Nieto descubrió un complot en Chuquisaca, en agosto el Cabildo de Tarija reconocía a la Junta, el jefe de la guarnición de Oruro desertó con sus soldados y poco tiempo después se eligió un Cabildo partidario del gobierno de Buenos Aires, en Cochabamba sucedió algo parecido. Los acontecimientos demostraron que a medida que se acercaba el ejército libertador, los pueblos y sus dirigentes más lúcidos adquirieron mayor confianza y seguridad, optando por tomar sus propias decisiones para terminar con la opresión, la hora de la libertad estaba próxima.

La importantísima ayuda de los gauchos de Martín Miguel de Güemes mantuvieron ocupado a Nieto, y con la dirección política de Moreno y Castelli no tardaron en verse los frutos para la causa revolucionaria.

En las instrucciones enviadas a Castelli, como en toda su obra, Moreno aparece como un político enraizado en la realidad, contradiciendo a aquellos que lo quisieron mostrar como un político de biblioteca. Los hechos le dieron la razón, cuando obligado debe renunciar a la Junta, casi todo el territorio del Virreinato, a excepción de Montevideo y Paraguay, estaba en poder de los patriotas. Esta situación favorable luego se perdió.

Sobre el terror a que se refirió en las órdenes mencionadas, lo más importante de señalar es que dio sus frutos a la causa del pueblo americano, haber dejado esa metodología exclusivamente en manos españolas hubiese significado renunciar a la libertad, era el precio a pagar y Moreno no dudó en pagarlo.

A la vez que ordenaba intentar negociaciones con Goyeneche para ganar tiempo, también instaba a su ejecución si se lo detenía, de igual forma consideraba imprescindible condenar a muerte a los más enconados enemigos de la causa nacional, la mayoría de los cuales ya tenían las manos manchadas con la sangre de patriotas. Pero no todos los enemigos debían ser fusilados, los más debían ser trasladados a Buenos Aires, incluido su amigo Terrazas.

La estrategia empleada consistía en alejar el foco del Alto Perú de su contacto con el virrey de Lima, ciudad colonial por excelencia y bastión de la contrarrevolución.

En cuanto a la medida de alejar a los españoles de la administración del estado coincidía con la aplicada en Buenos Aires el 3 de diciembre, en la que se prohibía otorgar empleos a los españoles, pero tal resolución esta encaminada contra los enemigos declarados y no contra todos de manera indiscriminada.

Otro aspecto que es totalmente coherente con la lucha de Moreno es el de atraer a los indígenas hacia el camino emprendido por la revolución. Ya vimos que la liberación del indio de la esclavitud fue una preocupación de su temprana juventud, precisamente transcurrida en el Alto Perú.

Otra expedición salió desde la capital con el objetivo de recuperar a la provincia del Paraguay. El mando fue otorgado al vocal de la Junta, Manuel Belgrano, un hombre muy cercano al pensamiento de Mariano Moreno.

En el Paraguay se desconfiaba de Buenos Aires por sus tendencias hacia el centralismo que ya había sido impuesta desde años antes, por los administradores coloniales. Esto motivaba la existencia de un partido independentista liderado por el Doctor Francia, estos perseguían la libertad no sólo con respecto a España sino también hacia Buenos Aires, si bien hasta esos momentos los que dominaban la escena política eran los realistas.

El 24 de julio el gobernador intendente del Paraguay, el coronel Bernardo de Velazco, citó a una Asamblea General donde se juró obediencia al Consejo de Regencia de España. Velazco representaba a unos de los partidos en disputa, el realista. Mientras que los llamados porteños, por ser partidarios de la Junta de Buenos Aires, tenía al frente a Somellera. Para completar el panorama político, José Gaspar de Francia lideraba al partido mayoritario.

La expedición del Alto Perú avanzó hasta Salta, al mando de Balcarce y Castelli, mientras que Ortiz de Ocampo permaneció en Santiago del Estero reuniendo refuerzos.

Abascal se disponía a enfrentarla, pero sufrió un duro golpe cuando en Quito se produce una rebelión que reconoció a la Junta, era el 23 de septiembre de 1810. En Cochabamba ocurrió lo mismo el 14 de septiembre, poco después estallaron levantamientos en Oruro y Santa Cruz de la Sierra.

Güemes y Chiclana, este último nombrado gobernador de Salta por el gobierno de Buenos Aires, enviaron refuerzos para las tropas de Balcarce. Hacia fines de octubre estaban listos para atacar las tropas realistas, las armas patriotas sufrieron la primera derrota en Cotagaita debiendo retroceder, pero el 7 de noviembre se produjo la batalla de Suipacha, donde las fuerzas de la revolución aniquilaron a los españoles con facilidad, el 14 las tropas patriotas de Cochabamba vencieron en Aroma. Estas victorias dejaron a todo el Alto Perú en manos de los partidarios de la Junta, la dirección política de Moreno y Castelli demostraba su eficacia.

Nieto y Paula Sanz fueron tomados prisioneros y de acuerdo a las instrucciones recibidas desde Buenos Aires, se procedió a ejecutarlos el 15 de diciembre, de esta forma terminaban sus días dos de los más furiosos y sanguinarios del nuevo gobierno. Se consumaba el éxito de una estrategia cuyos lazos se extendían hasta esa querida provincia en la que Moreno había aprendido su profesión y gran parte de las ideas que sustentaba siendo miembro de la Junta. El triunfo en el Alto Perú significaba una gran victoria militar y moral para los patriotas, esta situación perduró hasta la derrota del Huaqui el 30 de junio de 1811, pero ya Moreno descansaba eternamente en el fondo del Océano Atlántico.

Al enterarse de la derrota de Cotagaita, Moreno no desesperó y envió órdenes similares a las anteriores, se debía actuar implacablemente con el enemigo, a la vez había que ser cuidadoso para dar cada nuevo paso.

Moreno era un político flexible y no tenía nada de cruel o sanguinario, cuando los acontecimientos lo permitían actuaba con clemencia, así lo ordenó para aquellos oficiales y soldados que depusieran las armas y reconocieran al nuevo gobierno, luego de la victoria de Suipacha.

El 25 de noviembre las tropas con Castelli a la cabeza entraron en Potosí, la ciudad asolada por Sanz durante largos años. El 3 de diciembre recibió nuevas instrucciones de Moreno, que decían “el verdadero espíritu de la Junta es que no quede en el Perú ningún europeo militar o paisano que haya tomado las armas contra la capital”. Por eso 53 enemigos fueron desterrados a Salta.

Monteagudo, un patriota revolucionario, cuya actuación tuvo por escenario gran parte del territorio de América, señaló sobre la ejecución de Nieto y Sanz: “ Yo los he visto expiar sus crímenes y me he acercado con placer a los patíbulos de Sanz, Nieto y Córdoba para observar los efectos de la ira de la patria y bendecirla por su triunfo, Ellos murieron para siempre y el último instante de su agonía fue el primero en que volvieron a la vida todos los pueblos oprimidos”.

Las palabras de Monteagudo estaban determinadas por haber sido en 1809 un principal activista en el intento de establecer la primera Junta en el Alto Perú, el cuál fue sofocado por Nieto y Sanz, y donde murieron muchos de sus amigos.

Terminaremos esta parte recurriendo otra vez a Ernesto Palacio, quién dijo de Moreno: “Era por lo demás un hombre de gobierno nato capaz, por consiguiente de someter sus ideas a la prueba de la realidad y hacer las necesarias rectificaciones, como hubo de verse en los correctivos que aplicó al comercio libre. Por lo que hace a su terrorismo, no es español el asco a al sangre, y no necesitaba Moreno por cierto recurrir a la Convención Francesa para aprender las medidas de rigor aplicables al enemigo por la ley de guerra. Estaba fresco el recuerdo de las represiones de Nieto y Goyeneche en el norte, que necesitaban respuesta adecuada”.

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