El Forjista

Argentinos empeñados en destruir la industria nacional

Cuando escucho a un compañero que señala que el Movimiento Nacional ha ganado la batalla cultural me gustaría solicitarle amablemente me explique ciertos comportamientos de los argentinos que actúan como si la historia no nos hubiese dejado ninguna enseñanza.

La denominada batalla cultural no es una contienda que se gane o pierda en un combate, más bien si quisiéramos buscar una similitud en el plano militar podría compararse con la Primera Guerra Mundial donde se peleaba en las trincheras durante meses para terminar avanzando o retrocediendo unos poco metros en el campo de batalla. Por cierto que hay sucesos que implican un gran retroceso o un gran avance, por ejemplo el 24 de febrero de 1976 significó una de las mayores derrotas padecidas por el pueblo argentino, en cambio el 30 de octubre de 1983 o el 25 de mayo de 2003 implicaron un extraordinario avance.

Incluso puede haber derrotas políticas que terminaron convirtiéndose en triunfos culturales, como fue el rechazo del Congreso a la Resolución 125 por la cual se trataba de implementar las retenciones móviles y que desencadenó lo que se conoció como el "conflicto del campo", y que mostró a los ojos de millones de argentinos la avaricia y mezquindad de las clases privilegiadas.

Por eso esta es una batalla que hay que dar todos los días, a veces con pequeños avances y otras con algunos retrocesos, pero este es enfrentamiento que nunca se terminará mientras existan sectores minoritarios que se crean por encima de los demás.

Si hubiésemos ganado la batalla cultural no se entiende que haya una gran cantidad de compatriotas ávidos de consumir chucherías chinas que pueden comprar por internet sin importarles las consecuencias sobre la industria nacional.

Un excelente tema del grupo Serú Girán titulado José Mercado mostraba cómo en épocas de la dictadura los argentinos que viajaban al exterior dedicaban una buena parte de su tiempo comprando cosas y volvían con sus valijas repletas de productos importados con los cuales deslumbraban a sus amigos, era la época del "deme dos", con uno no bastaba siempre se podía quedar bien con algún familiar para regalarle el otro.

Este comportamiento era alentado desde el gobierno con una política que abría indiscriminadamente la importación de productos extranjeros, son aún recordadas las publicidades que mostraban que los productos nacionales se rompían mientras los que venían de afuera eran resistentes. Esta tendencia llevó a una de las etapas más agresivamente destructora de la industria nacional, lo cual significó una enorme pérdida de puestos de trabajo.

Hoy algunos argentinos han sido invadidos por la misma pasión consumista, la diferencia es que ahora no hace falta viajar, se puede comprar por internet todo tipo de productos chinos y te los traen hasta tu casa o hasta donde vos dispongas.

Ninguno de estos compradores parece reparar en las consecuencias de sus actos para la industria nacional y si repara no parece importarle.

Si se les advierte sobre las consecuencias de sus actos suelen responder que si la industria nativa pusiera los precios al mismo nivel de los chinos ellos comprarían el producto nacional, lo que no parecen darse cuenta es que para que eso ocurra deberían bajarse los sueldos, incrementarse la jornada laboral, quitarse muchas de las conquistas obtenidas por el movimiento obrero organizado (que no existe en China) como las obras sociales y la jubilación.

Obviamente ningún argentino está dispuesto a renunciar a esos beneficios sin embargo algunos quieren disfrutar de los beneficios "chinos" pero sin las obligaciones "chinas".

Si uno habla con uno de esos consumidores de chucherías chinas, los escuchará contar sobre sus compras como si se tratara de una hazaña, lo cuentan con la misma euforia que un pescador relata sobre la captura de una pieza enorme, o un golfista aficionado se enorgullece que alguna vez hizo un hoyo en un golpe. Tal vez lo que ellos consideren una hazaña sea la de estar engañando al Estado, sin ponerse a pensar que también ellos son parte de ese Estado.

Por cierto esto no implica desconocer el comportamiento de extrema mezquindad de algunos empresarios argentinos que quieren recuperar su inversión en pocos meses, cuando en otros países deben pasar varios años para tener la misma ganancia, pero la salida a eso no es comprar productos que no tienen absolutamente ninguna cuota de trabajo argentino agregado.

Pongamos un ejemplo, supongamos un empleado de un banco que compra habitualmente en los sitios chinos, por lo tanto defiende la idea que nadie tiene derecho a regular ese comercio y que si el Estado se inmiscuyera él estaría perdiendo libertades, pues bien supongamos que un día el Estado Nacional permitiera que nuestras cuentas de sueldo se pudieran abrir en cualquier país, y que los empresarios debieran transferir el dinero, con la consabida conversión, al banco en el mundo que el empleado elija, por ejemplo abrir una Caja de Ahorro en Alemania, y si además se permitiera que los argentinos hagamos plazos fijos ahí donde quisiéramos, por ejemplo en un banco en Francia.

Pues bien más temprano que tarde los banqueros comenzarían a despedir empleados, entre ellos al comprador de chucherías chinas, que muy posiblemente criticaría la medida liberal del gobierno argentino. Todos somos liberales mientras no perjudique nuestro negocio, la batalla cultural en este sentido debe ser pensar un proyecto para todos y no en los intereses individuales ni en los negocios de los grupos privilegiados.

Construir un país para todos siguen siendo el objetivo principal del proyecto nacional y popular, denunciar algunos comportamientos de compatriotas no significa tratar de ridiculizarlos, simplemente implica mostrar que hay conductas que debemos corregir en busca del bien común.

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