El Forjista

La gloriosa - Luis Bruschtein

Artículo publicado en el diario Página 12 el 5 de mayo de 2019 recordando a Juan Carlos Dante Gullo

 

El Canca siempre tuvo ese aire de pibe atorrante de barrio y hablaba de esa forma medio canyengue que no era artificial ni impostada sino que lo identificaba. Nos conocimos de pibes, 19-20 años. El venía de militar en el sindicato de Comercio con una dirigente combativa histórica y yo de las agrupaciones nacionales de la CGT de los Argentinos.

Coincidimos en una agrupación de independientes, pero no tanto, en la carrera de Sociología, en la Facultad de Filosofía y Letras, a fines de los años 60, principios de los 70. Era un pibe de barrio en una Facultad de intelectuales, pintón, con pantalones angostos cuando se usaba la botamanga ancha, y había enganchado una changa de sereno en una estación de servicio. Lo cargábamos porque se había conseguido un trabajo donde se la pasaba durmiendo.

Era un momento de gran debate y peleas entre las agrupaciones, como suele suceder en el movimiento estudiantil, pero el Canca no se metía en esas discusiones. Venían pibes de otras agrupaciones: “Che, Canca, vamos a hacer una pintada y necesitamos un campana ¿Te venís?”. Y por lo general aceptaba de buena onda.

En esa época se puso de novio con Chela, que sería la madre de sus hijos mayores. Recuerdo algunas reuniones en la casa familiar en la calle Cachimayo si mal no recuerdo, en Parque Chacabuco. Era una especie de ph en el primer piso que se comunicaba por un pasillo con la casa vecina donde vivía un tío y en la planta baja había una verdulería. Epoca de dictaduras, violencia y conspiraciones y los pibes metidos en ese baile porque no le veíamos otra salida.

Recuerdo a su mamá, que nos recibía, y a su hermano más chico que a veces entraba para saludar y seguía camino. Se vestía bien a la moda, con zapatos de plataforma y remera ajustada, al revés que el Canca. La mamá y el hermano fueron secuestrados durante la dictadura y están desaparecidos. El Canca, después de largas sesiones de tortura, se salvó porque estuvo preso toda la dictadura.

Antes que eso, todavía con la dictadura de Lanusse, se formó una Comisión de Solidaridad con los Presos Políticos en la CGTA y la agrupación designó al Canca y otros compañeros para integrarla. La cabeza de la Comisión era el Pelado Rodolfo Ortega Peña, a quien todos admirábamos.

Cuando la cosa empezó a ponerse más dura, un grupo más o menos grande decidió irse de la agrupación y se hizo una asamblea en una comunidad en San Miguel que dirigía el arquitecto Claudio Caveris. Eran todas casitas blancas, en una de las cuales estaban refugiados unos Hermanitos de Fucauld que buscaba la dictadura. Hicimos la asamblea en una especie de salón de actos y el Canca fue uno de los oradores cuando rompimos.

Allí terminó esa época. Meses después me enteré que el grupo que había integrado la Comisión de Solidaridad con los Presos Políticos, entre los que estaban el Canca, Silvia la Colorada y Arielito Ferrari, habían ido a hacer militancia territorial al oeste y habían participado en el Morenazo.

Había comenzado el proceso de unificación de las agrupaciones de la JotaPe. Había una en cada barrio y todas empezaron a confluir en la línea de las organizaciones revolucionarias peronistas. Empezaba también el Luche y Vuelve, que culminó con el retorno del general Perón. Todo sucedía a la velocidad de un rayo sobre el cual íbamos montados sin saber muy bien cómo carajo se montaba un rayo.

Dos años después de esa asamblea, el Canca era el responsable de la Regional 1 de la JotaPe que se referenciaba con FAR, Descamisados y Montoneros, más una cantidad de agrupaciones más chicas que se fueron sumando. Fue la cara de La Gloriosa en esa época. Veo las fotos del Canca con Perón y pienso en el pibe que había sido y que nunca se había imaginado en esa situación.

Después nos cruzamos muchas veces, algunas coincidiendo en política y otras no. Una vez en 2002. Por una vuelta del destino, le habían pagado una deuda con la llave de Michelángelo y no sabía qué hacer con el local. “Si vos o tu vieja necesitan el local para cualquier cosa, un acto con los organismos de derechos humanos o lo que sea, llamame y te lo doy, porque yo lo tengo al pedo” me dijo esa vez.

Hoy lo fui a despedir. A pesar de que nos veíamos salteado y nunca fuimos íntimos amigos, me dolió mucho saber que se había muerto. Pensé mucho en la pureza juvenil de aquellos pibes cuando nos reuníamos a conspirar.

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